La travesía de un elefante inquieto (primera parte)

 Buen día amigos. Hoy les quiero compartir una fábula sobre la búsqueda de un mejor porvenir. El protagonista de nuestra historia es Bob, un elefante tan inquieto como soñador.


Sabana árida

Erase una vez, en la actual sabana Africana invadida por humanos, una manada de elefantes que luchaba constantemente por conseguir agua y comida, pues a causa de esta invasión que reducía sus espacios constantemente, en la memoria colectiva se habían borrando las rutas de migración que por generaciones se habían transmitido. Aquellos tiempos en los que el agua y la comida  abundaban estaban ya muy lejos, tanto, que solo se contaban como viejas leyendas.

Bob era un elefante casi como los demás, excepto por  su necedad e inconformidad, actitudes que eran bien conocida por toda la manada. Siempre se quejaba de la calidad del agua y la escasez de la comida. En sus ratos tranquilos, dejaba las quejas, solo para dar lugar a sus anhelos, mismos que también molestaba a la gran mayoría de los elefantes. Sus críticas y sueños irreales le hacía ganarse el odio de los que no podían ver más allá del agua turbia, los frutos secos y la tierra árida.

Bob, había escuchado fragmentos de las viejas leyendas de abundancia, aunque no les tomaba más importancia que el resto de los elefantes.

Cierto día, inquieto por buscar un camino, una pista, una señal que le indicara la ruta para encontrar el agua y la comida que solo existían en sus sueños, decidió acudir a un viejo elefante con el que no convivía realmente pero, que tenía fama de saber muchas cosas, y entre su conocimiento, estaban esas viejas historias transmitidas por generaciones.


Sabiduría ancestral

El viejo elefante, cuyo nombre era Kibo, escuchó atentamente a Bob, mientras éste le contaba sus inquietudes y anhelos. Kibo, con una mueca que parecía sonrisa, asintió con la cabeza y comenzó a hablar en una voz baja y sabia.

-Bob, ¿Sabes por qué tienes esas pequeñas cicatrices por todo el cuerpo?-. Preguntó Kibo, seguro de que el joven elefante desconocía la respuesta.

-Me caí por un risco. Todos conocen esa historia-. Le responde Bob con la actitud de quien todo lo sabe.

-Lo que no todos saben, es la razón de esa caída. Yo mismo había evitado que cayeras anteriormente. Tu rechazo a las hojas de guayacán te llevaba a buscar alimento, muchas veces, en lugares peligrosos. Sentí mucha pena cuando me enteré de tu caída, pero fue entonces cuando caí en cuenta de algo: tu inconformidad era mas que el típico capricho de cría. Y desde entonces,  había estado esperando este día para decirte algo que nunca le he dicho a nadie, pues estoy seguro que de hacerlo, me echarían de la sabana por lunático-. Kibo hizo una breve pausa.

-Las historias que incontables veces hemos contado a la luz de luna son completamente ciertas. Los ríos de agua cristalina, los interminables papayales, los mangos de colores, las ramas de murera hasta donde alcanza la vista, ¡Todo, todo es real!. 

Bob sintió una mezcla de sentimientos por las palabras de Kibo, aunque más escepticismo por sobre lo demás. A pesar de su sentir, éste le pidió que le dijera más sobre aquel lugar y cómo podía encontrarlo. Kibo notó el escepticismo del joven elefante, sin embargo, continuó.

Le dijo que había sido un lugar sagrado para los elefantes durante generaciones, y que había sido creado por los dioses mismos para proporcionar un refugio para los animales que lo necesitaran.

-El oasis se llama ''Maji'', que significa ''agua'' en la vieja lengua. Explicó Kibo. -No es un lugar fácil de encontrar. Requiere que se sigan las señales y se escuchen las historias de los que han estado allí antes.

Bob comenzaba a cambiar de parecer. Una sensación que nunca antes había experimentado se apoderaba de él: el desconcierto. Debido a su naturaleza terca e inconformista, el rebelde elefante siempre había vivido según sus propias reglas. Sin embargo, esta vez, por primera vez en su vida, comenzaba a creer en algo más allá de su entendimiento, que había sido la base de sus convicciones más profundas.

Le pidió más detalles sobre las señales y las historias que debía seguir para encontrar el oasis.

Kibo, al ver el naciente interés de Bob, sonrió y comenzó a contarle más sobre las señales y las historias. 

Le dijo que debía seguir el rastro del "elefante mayor" en el cielo nocturno y escuchar el canto del abejaruco por la mañana. También le explicó que, en su trayecto, debía encontrar un árbol cuyo tronco llevaba la marca de la luna, como señal de que iba por el camino correcto, y que debía seguir el río que fluía hacia el este. Como instrucción final, le dijo: ''Y cuando el colibrí de garganta escarlata se pose en tu lomo, esperarás justo ahí''

Las especificaciones de las pistas que el sabio elefante le proporcionó a Bob, encendieron un fuego de certeza en su interior, como si hubiese esperando toda su vida para escuchar ese conjunto de palabras sin aparente sentido. Ahora estaba listo, el inquieto elefante iría a su encuentro con ese oasis a cualquier costo.


El viaje hacia maji

Bob se despidió de Kibo. Acto seguido, se dirigió hacia el este, siguiendo las instrucciones que Kibo le había dado. Estaba listo para enfrentar los posibles peligros y para encontrar el paraíso que había soñado siempre.

Bob caminó durante días, guiado por el "elefante mayor" en las estrellas por la noche, y escuchando el canto del abejaruco en la mañana. El sol brillaba intensamente sobre su espalda, y el viento caliente le secaba la piel. Pero Bob no se detuvo, estaba determinado a encontrar el oasis y a llevar a su manada a un lugar de abundancia y seguridad.

Después de varios días de caminata, Bob vio algo en el horizonte. Era un árbol grande y antiguo, con una marca en forma de luna en su tronco. Bob se sintió emocionado. Era el árbol que Kibo le había descrito.

Bob se acercó al árbol y lo rodeó. En el lado opuesto, vio un gran canal seco. De manera casi inmediata, cayó en cuenta que era el rastro de lo que antes era un río, el río que supuestamente había de seguir para llegar a su destino. Y si ya una pista a medias era suficiente para darle gran decepción, ahora debía continuar sin la esperanza de saciar su sed. 

A pesar de todo, la determinación del paquidermo seguía intacta, no pensó ni por un segundo en cesar su caminata. Por lo tanto,  aquel cause seco era solo eso, una depresión árida y rocosa que para nada se imponía en su camino.

Se dispuso a seguir por la orilla del canal hasta encontrar más señales que lo llevaran al sueño dorado. Fueron varios días más de caminata sin probar bocado y sin beber.

En su mente, la visión difusa de aquel lugar mágico que se formó por causa de las descripciones del viejo elefante, empezaba a ser más nítida. Esta imagen mental le daba una motivación que lo hacía olvidar la fatiga y el hambre. Ciertamente, el paso con el que se desplazaba no reflejaba los días y las noches que había caminado sin descanso. 


La seña del colibrí

Naturalmente, aunque la motivación se mantenía inalterada en su mente , su cuerpo comenzaba a sentir los estragos de la incesante caminata y la falta de alimento. El joven elefante ya sentía el dolor muscular y, el sol que había ignorado en todo el trayecto ahora, empezaba a castigarle. 

Era ya el ocaso cuando lo inevitable ocurrió: la energía de Bob se había agotado. Con una ligera sensación de decepción por no haber aguantado más, decidió que era momento de tomar un descanso.

Se echó bajo la copa de un árbol que apenas lo cubría. Sus ojos estaban algo resecos, su boca completamente seca, y la bruma de polvo que difuminaba el paisaje árido le hacía entrecerrar los ojos.

Era difícil saber en qué pensaba, pues la travesía había dejado un cambio radical en el elefante. Esa mirada desafiante y rebelde que siempre lo había caracterizado parecía haberse desvanecido. Ahora, en su lugar, se dibujaba el semblante de un viejo pacífico carente de anhelos.

Bob ya no era ese joven aguerrido e impredecible. Las ganas de imponer su voluntad se habían quedado atrás. Ahora era como el viento: imposible saber de dónde venía o hacia dónde se dirigía.

Echado allí, pasaría largas horas.

Cuando el sol ya casi se ponía, el viento arrastraba desde la distancia un cántico de ave que el elefante ignoró. Era un "chirp chirp chirp" que se acercaba con cada instante.

Él sabía perfectamente lo que eso significaba; sin embargo, permanecía indiferente, con los ojos cerrados como quien medita.

El canto se intensificó, el viento cesó, y con un silencio sepulcral que se apoderó del ambiente, el colibrí de garganta escarlata apareció, posándose en el lomo agrietado del débil elefante.


Continuara...


Gracias a Dios por permitirme compartir y gracias a ustedes por leer.

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