Buen dÃa amigos. Hoy les quiero compartir una fábula sobre la búsqueda de un mejor porvenir. El protagonista de nuestra historia es Bob, un elefante tan inquieto como soñador.
Erase una vez, en la actual sabana Africana invadida por humanos, una manada de elefantes que luchaba constantemente por conseguir agua y comida, pues a causa de esta invasión que reducÃa sus espacios constantemente, en la memoria colectiva se habÃan borrando las rutas de migración que por generaciones se habÃan transmitido. Aquellos tiempos en los que el agua y la comida abundaban estaban ya muy lejos, tanto, que solo se contaban como viejas leyendas.
Bob era un elefante casi como los demás, excepto por su necedad e inconformidad, actitudes que eran bien conocida por toda la manada. Siempre se quejaba de la calidad del agua y la escasez de la comida. En sus ratos tranquilos, dejaba las quejas, solo para dar lugar a sus anhelos, mismos que también molestaba a la gran mayorÃa de los elefantes. Sus crÃticas y sueños irreales le hacÃa ganarse el odio de los que no podÃan ver más allá del agua turbia, los frutos secos y la tierra árida.
Bob, habÃa escuchado fragmentos de las viejas leyendas de abundancia, aunque no les tomaba más importancia que el resto de los elefantes.
Cierto dÃa, inquieto por buscar un camino, una pista, una señal que le indicara la ruta para encontrar el agua y la comida que solo existÃan en sus sueños, decidió acudir a un viejo elefante con el que no convivÃa realmente pero, que tenÃa fama de saber muchas cosas, y entre su conocimiento, estaban esas viejas historias transmitidas por generaciones.
SabidurÃa ancestral
El viejo elefante, cuyo nombre era Kibo, escuchó atentamente a Bob, mientras éste le contaba sus inquietudes y anhelos. Kibo, con una mueca que parecÃa sonrisa, asintió con la cabeza y comenzó a hablar en una voz baja y sabia.
-Bob, ¿Sabes por qué tienes esas pequeñas cicatrices por todo el cuerpo?-. Preguntó Kibo, seguro de que el joven elefante desconocÃa la respuesta.
-Me caà por un risco. Todos conocen esa historia-. Le responde Bob con la actitud de quien todo lo sabe.
-Lo que no todos saben, es la razón de esa caÃda. Yo mismo habÃa evitado que cayeras anteriormente. Tu rechazo a las hojas de guayacán te llevaba a buscar alimento, muchas veces, en lugares peligrosos. Sentà mucha pena cuando me enteré de tu caÃda, pero fue entonces cuando caà en cuenta de algo: tu inconformidad era mas que el tÃpico capricho de crÃa. Y desde entonces, habÃa estado esperando este dÃa para decirte algo que nunca le he dicho a nadie, pues estoy seguro que de hacerlo, me echarÃan de la sabana por lunático-. Kibo hizo una breve pausa.
-Las historias que incontables veces hemos contado a la luz de luna son completamente ciertas. Los rÃos de agua cristalina, los interminables papayales, los mangos de colores, las ramas de murera hasta donde alcanza la vista, ¡Todo, todo es real!.
Bob sintió una mezcla de sentimientos por las palabras de Kibo, aunque más escepticismo por sobre lo demás. A pesar de su sentir, éste le pidió que le dijera más sobre aquel lugar y cómo podÃa encontrarlo. Kibo notó el escepticismo del joven elefante, sin embargo, continuó.
Le dijo que habÃa sido un lugar sagrado para los elefantes durante generaciones, y que habÃa sido creado por los dioses mismos para proporcionar un refugio para los animales que lo necesitaran.
-El oasis se llama ''Maji'', que significa ''agua'' en la vieja lengua. Explicó Kibo. -No es un lugar fácil de encontrar. Requiere que se sigan las señales y se escuchen las historias de los que han estado allà antes.
Bob comenzaba a cambiar de parecer. Una sensación que nunca antes habÃa experimentado se apoderaba de él: el desconcierto. Debido a su naturaleza terca e inconformista, el rebelde elefante siempre habÃa vivido según sus propias reglas. Sin embargo, esta vez, por primera vez en su vida, comenzaba a creer en algo más allá de su entendimiento, que habÃa sido la base de sus convicciones más profundas.
Le pidió más detalles sobre las señales y las historias que debÃa seguir para encontrar el oasis.
Kibo, al ver el naciente interés de Bob, sonrió y comenzó a contarle más sobre las señales y las historias.
Le dijo que debÃa seguir el rastro del "elefante mayor" en el cielo nocturno y escuchar el canto del abejaruco por la mañana. También le explicó que, en su trayecto, debÃa encontrar un árbol cuyo tronco llevaba la marca de la luna, como señal de que iba por el camino correcto, y que debÃa seguir el rÃo que fluÃa hacia el este. Como instrucción final, le dijo: ''Y cuando el colibrà de garganta escarlata se pose en tu lomo, esperarás justo ahÃ''
Las especificaciones de las pistas que el sabio elefante le proporcionó a Bob, encendieron un fuego de certeza en su interior, como si hubiese esperando toda su vida para escuchar ese conjunto de palabras sin aparente sentido. Ahora estaba listo, el inquieto elefante irÃa a su encuentro con ese oasis a cualquier costo.
El viaje hacia maji
Bob se despidió de Kibo. Acto seguido, se dirigió hacia el este, siguiendo las instrucciones que Kibo le habÃa dado. Estaba listo para enfrentar los posibles peligros y para encontrar el paraÃso que habÃa soñado siempre.
Bob caminó durante dÃas, guiado por el "elefante mayor" en las estrellas por la noche, y escuchando el canto del abejaruco en la mañana. El sol brillaba intensamente sobre su espalda, y el viento caliente le secaba la piel. Pero Bob no se detuvo, estaba determinado a encontrar el oasis y a llevar a su manada a un lugar de abundancia y seguridad.
Después de varios dÃas de caminata, Bob vio algo en el horizonte. Era un árbol grande y antiguo, con una marca en forma de luna en su tronco. Bob se sintió emocionado. Era el árbol que Kibo le habÃa descrito.
Bob se acercó al árbol y lo rodeó. En el lado opuesto, vio un gran canal seco. De manera casi inmediata, cayó en cuenta que era el rastro de lo que antes era un rÃo, el rÃo que supuestamente habÃa de seguir para llegar a su destino. Y si ya una pista a medias era suficiente para darle gran decepción, ahora debÃa continuar sin la esperanza de saciar su sed.
A pesar de todo, la determinación del paquidermo seguÃa intacta, no pensó ni por un segundo en cesar su caminata. Por lo tanto, aquel cause seco era solo eso, una depresión árida y rocosa que para nada se imponÃa en su camino.
Se dispuso a seguir por la orilla del canal hasta encontrar más señales que lo llevaran al sueño dorado. Fueron varios dÃas más de caminata sin probar bocado y sin beber.
En su mente, la visión difusa de aquel lugar mágico que se formó por causa de las descripciones del viejo elefante, empezaba a ser más nÃtida. Esta imagen mental le daba una motivación que lo hacÃa olvidar la fatiga y el hambre. Ciertamente, el paso con el que se desplazaba no reflejaba los dÃas y las noches que habÃa caminado sin descanso.
La seña del colibrÃ
Naturalmente, aunque la motivación se mantenÃa inalterada en su mente , su cuerpo comenzaba a sentir los estragos de la incesante caminata y la falta de alimento. El joven elefante ya sentÃa el dolor muscular y, el sol que habÃa ignorado en todo el trayecto ahora, empezaba a castigarle.
Era ya el ocaso cuando lo inevitable ocurrió: la energÃa de Bob se habÃa agotado. Con una ligera sensación de decepción por no haber aguantado más, decidió que era momento de tomar un descanso.
Se echó bajo la copa de un árbol que apenas lo cubrÃa. Sus ojos estaban algo resecos, su boca completamente seca, y la bruma de polvo que difuminaba el paisaje árido le hacÃa entrecerrar los ojos.
Era difÃcil saber en qué pensaba, pues la travesÃa habÃa dejado un cambio radical en el elefante. Esa mirada desafiante y rebelde que siempre lo habÃa caracterizado parecÃa haberse desvanecido. Ahora, en su lugar, se dibujaba el semblante de un viejo pacÃfico carente de anhelos.
Bob ya no era ese joven aguerrido e impredecible. Las ganas de imponer su voluntad se habÃan quedado atrás. Ahora era como el viento: imposible saber de dónde venÃa o hacia dónde se dirigÃa.
Echado allÃ, pasarÃa largas horas.
Cuando el sol ya casi se ponÃa, el viento arrastraba desde la distancia un cántico de ave que el elefante ignoró. Era un "chirp chirp chirp" que se acercaba con cada instante.
Él sabÃa perfectamente lo que eso significaba; sin embargo, permanecÃa indiferente, con los ojos cerrados como quien medita.
El canto se intensificó, el viento cesó, y con un silencio sepulcral que se apoderó del ambiente, el colibrà de garganta escarlata apareció, posándose en el lomo agrietado del débil elefante.
Continuara...
Gracias a Dios por permitirme compartir y gracias a ustedes por leer.
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